Anoche en Costa Rica, ya era la mañana para mí, falleció mi tío. Rodrigo y yo nos queríamos mucho. Conversamos juntos tantas veces por las noches, cuando todos se dormían, desde aquel viaje que hice de niña, tendría 11 años, y luego ya universitaria compartiendo rompope, que es el equivalente tico de ponche crema. Tenía una moto, había sido músico, trabajado como guía turístico en España, en política en Costa Rica, y contaba con mucho orgullo entre sus miles de anécdotas cómo le dio pereza ir a saludar a los Beatles. Es como el hombre que casi conoció a Michi Panero: casi conoció a John Lennon "y es bastante más de lo que jamás soñaríais en mil vidas" diría Nacho Vegas. Me acuerdo que de niña me regaló un peluche de perro triste, al que bauticé Rodri, y ya de grande le regalé yo un peluche de elefante anaranjado, que era su color preferido. Casi que era su único color, en los últimos años todas sus cosas se fueron cambiando al naranja.
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Y de repente, en medio de mi inconsciencia ante la noticia, siento como un nuevo gran vacío. Mi tío era grande, con una panza turgente, dura, diría que orgullosa, montada sobre unas bellas piernas de futbolista y unos pies enfundados en unas cholas. Con pantalones cortos color beige y guayabera, gorra naranja. La barba hace años blanca, siempre decía que se ofrecería como san nicolás (¿lo habrá hecho? ¿cuántas cosas que decía, hacía?) y el pelo, aunque calvo, un poco largo por los lados. Guapo incluso en esas circunstancias, como se podía ver en sus fotos de joven y delgado. Bueno, empecé a sentir ese vacío, ese nuevo vacío, que de repente se me apareció como una profundidad. Una nueva profundidad, como estar agarrando espacio, volumen, en lo oculto. en lo oscuro, que hasta ahora parecía una pared negra. de repente lo vi: el hueco que siento en mi cuerpo hoy está en el otro lado, con una parte de mí. No es solo él quien se queda en mis recuerdos. Una parte de mí está allá. en el más-allá.