martes, febrero 17, 2009

el verdadero

-No creo que tenga que ver con las guerras la muerte de Dios. Al contrario...-le dijo ella ya desesperada, echada en la cama con la pijama del día anterior, luego de más de 24 horas sin bañarse.
-Al contrario, al menos las últimas guerras en Occidente, desde Napoleón hasta Hitler, nacen por la idea de la supremacía del hombre, del individuo que logra mover la historia bajo la fuerza de su voluntad. Mataron a Dios y alzaron el positivismo y la ciencia y, bajo esos nombres, se han hecho las mismas cruentas guerras que se hacían por las religiones.

Él siguió escribiendo en su computadora portátil, copiando las citas con que engrosaría su trabajo.Había intentado evadir la profesión de fe que vomitó ella anteriormente, ahora buscaba refugiarse de este nuevo ataque.

-¿No?-

Resignada, se levantó de la cama, continuó con su trabajo y pensó en su padre. Aún hay gente religiosa, aún hay gente que no tiene miedo de serlo y de dudar. Hay un sentimiento de fe que tenemos dentro como la sangre.
-Hay una sentimiento de fe que tenemos dentro, P., como cargamos con la sangre y las visceras, y lo ponemos donde queramos. Algunos en la marihuana, otros en Jesús y otros en la Bolsa-

P. se levantó del asiento, encendió un cigarro, siguió los arabescos del humo, abrió la puerta pues sabía cuánto le molestaba a ella que dejara en el cuarto ese olor.Aspiró un par de veces y estrelló la cabeza encendida contra un cenicero amarillo mostaza que había robado de algún local nocturno. Se colocó la chaqueta, cerró los libros, grabó el trabajo en un memory stick y se asomó por detrás de las cortinas. El día soleado le permitía prescindir de la bufanda. Salió por agua y por pasta de dientes, mientras ella masticaba una vez más la borra de un lápiz nuevo: cuando niña le daba vergüenza prestarles los lápices lamidos a sus compañeros, luego supo que no había remedio, en esa punta roja mataba la ansiedad que otros convertían en cenizas.

Cuando volvió de nuevo al cuarto, ella se levantó para besarlo, y acarició su rostro en señal de arrepentimiento por la densidad del sermón.

- ... yo creo, que el verdadero libre albedrío sería el habernos preguntado si queríamos tener libre albedrío- le dijo P. al abrir la puerta.

- ¿y qué habrías pedido?

- No tenerlo.

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