martes, agosto 21, 2012

de 100 escritos contra la violencia de género

"Dientes completos"


-Flaca, pero si tú ya sabes cómo son los hombres. Una tiene es que tenerles paciencia; ya lo dice Dios que creó a la mujer para que los acompañara y guiara. Una tiene que ser su motor y no ponerse con vainas a pedirles explicaciones. Así un hombre se espanta, ¿y quién no se va a espantar si ya no eres ninguna muchachita? Póngase hielo en ese ojo y deje de meterse con él, sea pilas, adelántese, piense en lo que va a querer después.. Hágase la pendeja que así sí es que va a estar siendo inteligente. Esa vaina es de lesbianas o solteronas; dígame, ¿usted quiere pasarse la vida así sola?-

La flaca subió la cara y se contó los dientes con la lengua. Estaban completos. Se dejó acariciar por su tía Azucena y se tragó las lágrimas y la respuesta.

sábado, agosto 04, 2012

Extracto de El sabotaje amoroso de Amelie Nothomb





(Este libro me encantó. Lo acabo de terminar, fue mi puente entre las dos dimensiones - el libro como método de iniciación, como tejido que me sirve de puente entre mi vida allá y mi vida acá, tan lejanas y distintas-. De verdad que es un libro que terminas de leer agradecido; un libro para aquellos que como yo hicimos un pacto con nuestra infancia, sabiendo que nunca fuimos tan sabios, certeros y vencedores como entonces) 
Copio un extracto de El Sabotaje amoroso:


"Se imponen algunas matizaciones ontológicas.
Hasta los catorce años dividí a la humanidad en tres categorías: las mujeres, las niñas y los ridículos.
   Todas las demás diferencias me parecían anecdóticas:  ricos o pobres, chinos o brasileños (dejando a un lado a los alemanes), amos o esclavos, guapos o feos, adultos o viejos, aquellas categorías eran importantes, sí, pero no afectaban a la esencia de los individuos.
  Las mujeres eran personas indispensables. Preparaban la comida, vestían a los niños, les enseñaban a atarse los cordones de los zapatos, limpiaban, construían bebés dentro de su vientre, llevaban ropa interesante.
  Los ridículos no servían para nada. Por la mañana, los ridículos mayores se marchaban al "despacho", que era una escuela para adultos, es decir, un lugar inútil. Por la noche, se reunían con sus amigos, actividad poco honorable de la que ya he hablado anteriormente.
  De hecho, los ridículos adultos seguían siendo muy parecidos a los ridículos niños, con la nada desdeñable diferencia de haber perdido el tesoro de la infancia. Pero sus funciones no cambiaban demasiado ni tampoco su físico.
   En cambio, existía una inmensa diferencia entre las mujeres y las niñas pequeñas. En primer lugar, no eran del mismo sexo: una sola mirada bastaba para comprobarlo. Y luego, su papel cambiaba tremendamente con la edad: pasaba de la inutilidad de la infancia a la utilidad primordial de las mujeres, mientras que los ridículos permanecían inútiles toda la vida. (...)

  La élite de la humanidad eran las niñas. La humanidad existía para que ellas existieran.
  Las mujeres y los ridículos eran inválidos. Su cuerpo presentaba errores cuyo aspecto sólo podía inspirar risa.
  Sólo las niñas eran perfectas. Nada sobresalía de su cuerpo, ni un apéndice grotesco, ni protuberancias irrisorias. Estaban concebidas de maravilla, perfiladas para no presentar ninguna resistencia a la vida.
  No tenían utilidad material pero eran más necesarias que cualquiera, ya que constituían la belleza de la humanidad, la auténtica belleza, la que es pura soltura de existir, aquella en la que nada resulta molesto, en la que el cuerpo sólo es felicidad de pies a cabeza. Hay que haber sido niña para saber hasta qué punto puede resultar exquisito tener un cuerpo. "


viernes, agosto 03, 2012

el regreso a la casa de los padres

Está lloviendo en mi ventana, la ventana por donde me asomé durante veinte años. La neblina ha ocultado la montaña y las personas se esconden en el centro comercial, en sus carros, pero no en sus paraguas. No hay paraguas que aguante tanta agua, parecen pensar.

Anoche llegué tras un vuelo tranquilo, muy tranquilo. Dormí un poco en el aire y al despertar sentí por segundos el vértigo de estar a tantos kilómetros sobre el mar: como un colgado que aún patalea, ahorcado por una hebra de cabello. Pensé luego que así iba el avión, elevado y mantenido en ese sitio, autopista transparente, por un pequeño hilo, una hebra de cabello.

 Al llegar a casa lo vi todo tan hermoso, todo tan parecido, que el dolor de cabeza pareció aumentar. Decidí dormirme pronto, apagar la luz a un cuarto lleno de libros, de cartas, de regalos, de recuerdos, de sentimientos sostenidos por hebras que me cosen en el esternón.

Poco a poco hoy les he dado la mano, nos hemos ido reencontrando con lentitud y destreza.