domingo, septiembre 30, 2012

La Vigilia, de Gelindo Casasola



He soñado con prados amplísimos
donde el deseo ya no esté.
¿Soy yo acaso esa ilusión
que pienso? Enrarecido entre las
amapolas y entregado a la belleza
de las imágenes que estallan
bajo un cielo tranquilo.

Los deseos antes eran sencillos.
O tal vez más complicados
pero es difícil saberlo.
Nada sé ahora, únicamente miro
las nubes.

Hay poetas de extraña versatilidad
para la mentira. Yo miento
la verdad. Ella se presta a los juegos
de las formas y a la desolación
de la vida en un día tranquilo.
En realidad todos los días son
tranquilos. Me admiro de mi indiferencia
ante la dificultad de las cosas
pero las cosas son difíciles
sólo en apariencia. No deseo
ya.

Los deseos son más preciosos cuando
no pueden cumplirse. Son
como el agua fría. Como
el hielo el deseo se disuelve
a medida lo conocemos, si es que
alguna vez llegamos a conocerlo
tal un paisaje vespertino.
Son los paisajes más hermosos.
Así me retiro de la comedia.

He soñado, dije, ardientes soledades.
Pero mi vocación de solitario
desaparece al alba cuando los marineros
salen a la mar enfurecida y yo
duermo. Y la alabanza por todo
lo que malgasto en vigilia
se hace entonces monótona; 
como monótono es vagar en los
jardines y perder los días
como los años. Mucho he perdido
jugando así pero sigo siendo
esperanzado.
Ello es bueno.

Estar despierto en la noche sin
nubes y preguntarse por qué ellas
en este momento no existen
ha sido mi oficio durante años. 
Ha sido mi oficio verdadero.
Y las amapolas siguen estallando
en los campos y no son magnolias
como creía el pastor nocturno.
Son amapolas.

Mi vigilia es siempre taciturna. 
Me pregunto qué la habrá hecho así
porque podría hablar con 
las piedras; o con los gnomos
que aparecen siempre
Pero soy un gnomo, me olvidaba;
por ello no duermo.

Hay una hora tan oscura antes de
la luz. Me recuesto a los árboles
y sueño otra vez, ahora verdaderamente
Sueño.

jueves, septiembre 20, 2012

Dos



Le quité la piel a mi sombra
y me hice un abrigo con ella
ahora, entre los dos, somos un oso 
no hay falta de luz que no nos contenga

Toco mis dientes con su lengua
y bufo entre los huecos de su hocico
(es grande y húmeda mi nariz)

Olisqueo lo que queda en la carroña
en los campamentos de hombres que,
como yo,
huyendo de nadie
   se han ido 

F. Cávilas 






La visita de Houellebecq

El 19 de septiembre de 2012 Michel Houellebecq visitó Barcelona para promocionar la publicación de su libro Poesía, el cual condensa toda su obra poética. La edición, bilingüe, es de Anagrama y reúne en un sólo tomo sus cuatro títulos: Sobevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad y Renacimiento. Para la presentación del libro el Instituto Francés prestó una de sus salas de espectáculos y así, algunos como yo, armados de traducción simultánea, pudimos ver y escuchar al autor en vivo.

Había buscado fotos y datos de su vida cuando leí El mapa y el territorio pero al tenerlo ahí enfrente quedé sorprendida: no tanto por la delgadez extrema, la piel atirantada y grasosa a la vez o los ojos hundidos, sino por la sensación de estar viendo a alguien muy viejo o muy enfermo. Frágil, pensé, hay algo en él muy frágil: como un pájaro mojado en medio de una autopista. Houellebecq entró a la sala y subió (saltó) a la tarima con movimientos rápidos, pantalón beige y camisa amarilla –todo arrugado– zapatos marrones, pelo despeinado –un pelo fino y duro al mismo tiempo, esponjado, gris, levantado en la parte de atrás, como si hubiese recostado mucho tiempo su cabeza en un mismo sitio y ninguna mano (ni siquiera la de él) hubiera tenido la bondad de devolverle a su sitio los pelos – movimientos ágiles, en fin, que contrastaban con el cuerpo que estaba viendo. (Abrí el libro para revisar el año del nacimiento y leí que tiene apenas 54 años).

Cuando se posó frente al micrófono para leer el primer poema vi sus pantalones acordeonados y pensé que había algo en su presencia que me recordaba a un sacerdote. Un tímido sacerdote atormentado con el Misterio, perdido en una misión perdida. Esta sensación se fue pasando mientras lo oía recitar, echarse relajado en la silla, fumar cigarrillos previamente mal liados y declamar sin posturas versos sobre su vacío interior. Para entonces se me apareció como un esmirriado tenista que le pega con fuerza a la pelota de la insatisfacción y del sufrimiento que el mundo, según nos dice, le ha ido lanzado sin piedad. Un tenista que mueve la mandíbula como un anciano de 80 años antes de romperle el servicio a la realidad. 

"La sociedad en la que vivís tiene como fin destruiros.” Escribe en el libro Sobrevivir, al cual, vale destacar, no considera que esté compuesto de poemas, sino más bien por una especie de “cartas de San Pablo” o de prescripciones. Continúa diciendo: “Otro tanto se puede decir de vosotros respecto a ella. El arma que empleará es la indiferencia. Vosotros no podéis permitiros adoptar la misma actitud. ¡Pasad al ataque! Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas. ¡Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte”. (27,2012)

Y allí estaba él, encarnando sus palabras, en medio del ataque, armado con sus textos, metiendo la llaga en su propia herida para obligarnos a sentir a todos. De frente al micrófono, habiendo colocado a su lado una mochila de estudiante, sucia y usada, de donde sacó sus libros, llenos de marcas y post-its. Claro que esta imagen lo revelaba también como un adolescente, le daba a toda el escenario rimbombante francés una reminiscencia a recital colegial; a los recitales de bienvenida en la Universidad. Algo muy genuino en todo esto chocaba con el ambiente prefabricado, con los trajes elegantes del público,  con la parafernalia, y  hacía la velada más próxima, de algún modo, más pura, incluso, como su forma de leer, más digna. Pero también, ante mis ojos, lo hacía quedar más y más desprotegido, desnudo ante un público demasiado vestido.

Comenzó leyendo este poema en prosa, de la tercera parte de El sentido de la lucha :

Las golondrinas alzan el vuelo, rozan las mareas, y se elevan en espiral en la tibieza de la atmósfera. No hablan con los humanos, porque los humanos se quedan pegados a la Tierra.
Las golondrinas no son libres. Están condicionadas por la repetición de sus órbitas geométricas. Modifican ligeramente el ángulo de incidencia de sus alas para describir espirales cada vez más abiertas con respecto al plano de la superficie terrestre. En resumen, no hay ninguna enseñanza que extraer de las golondrinas.

A veces, volvíamos juntos en coche. Sobre la llanura inmensa, el sol poniente era enorme y rojo. De repente, un rápido vuelo de golondrinas rayaba su superficie. Entonces, tú te estremecías. Tus manos se crispaban sobre el volante forrado de piel. Tantas cosas podían separarnos, en esa época.  (115, 2012)

El traductor, en su turno al micrófono, le añadió con su entonación cierta solemnidad  que Houellebecq no le daba. Pensé entonces que, sin embargo, las palabras de sus poemas eran tan lúcidas que lograban transmitir toda su fuerza y calidad. Pero luego sabría que esto era cierto únicamente para los poemas que no eran rimados, como éste que copié que incluso no está escrito en verso. Luego de leer el poemario y comparar el original en francés con la traducción en español me pareció aún más importante la conversación/entrevista que mantuvo Houellebecq al final de la lectura. El autor hizo un gran énfasis en la forma, en aquello que define en el libro  Sobrevivir como “articulación”:

Si no conseguís articular vuestro sufrimiento en una estructura bien definida, estáis jodidos. (…) La estructura es el único medio de escapar al suicidio. Y el suicidio no resuelve nada. Imaginaos que Baudelaire hubiese tenido éxito en su intento de suicidio a los veinticuatro.

Creed en la estructura. Creed también en la métrica antigua. La versificación es una poderosa herramienta de liberación de la vida interior. (17, 2012)

Muchos de sus poemas están articulados con versos rimados y estructurados, en general, por alejandrinos. La musicalidad que le otorgan estos rasgos sí se pierde totalmente con la traducción. Si leemos sus poemas únicamente en español parecen muchas veces herméticos en sus imágenes, cuando, con riesgo de pecar de simplista, esta oscuridad se debe a la obligatoriedad de la rima. Es decir, esta condición empuja al poeta a escoger la palabra adecuada no ya entre todo el universo léxico sino únicamente en el limitado número de palabras que terminen con cierta sílaba. Hay una búsqueda mucho más auditiva que cognitiva y esta razón le da otro tono y sentido a los poemas, y por lo tanto, al propio trabajo poético de Houellebecq. Se descubre en ellos un lado lúdico, un regreso a la canción y en especial, al inconsciente, al que nos dijo recurre preferentemente: para escribir poesía prefiere no pensar. Incluso levantarse de madrugada, con un ritmo interior derivado del sueño,  que es normalmente  en su caso la cadencia del alejandrino, y deja caer, empujado por ese río rimado, las palabras. Copio otro de los poemas que leyó, el cual, creo, tiene un tono mucho más fatalista en español que en su original francés rimado, del que transcribo también la primera estrofa. Es del libro La búsqueda de felicidad :

Mundo Exterior

Hay algo muerto en el fondo de mí,
Una vaga necrosis una ausencia de alegría,
Transporto conmigo una parcela de invierno,
En mitad de París vivo como en el desierto.

Durante el día salgo a comprar cervezas,
En el supermercado hay algunos ancianos
Evito con facilidad su ausencia de mirada
Y no tengo ninguna gana de hablar con las cajeras.

No guardo rencor a quien me encontró malsano,
Siempre tuve el don de romper el clima
No puedo compartir más que vagos sufrimientos
Lamentos, fracasos, una experiencia del vacío.

Nada interrumpe jamás al sueño solitario
Que me hace las veces de vida y de destino probable,
Según los médicos soy yo el único culpable.

La verdad, me avergüenzo un poco, y debería callarme;
Observo tristemente cómo se escurren las horas;
Las estaciones se suceden en el mundo exterior.
                                                                         (184, 2012)

Monde Extérieur

Il y a quelque chose de mort au fond de moi,
Une vague nécrose una abscense de joie
Je transporte avec moi une parcelle d´hiver,
Au milieu de Paris je vis comme au désert.


Al expresar estos sentimientos en poemas rimados – en pleno siglo XXI cuando no nos esperamos la rima – pareciera que también coquetea con el humor. Y aunque habló sobre esto, afirmó que más que humor cree que hay una relación con el  burlesque, una suerte de ridiculización de la voz poética, la que pierde un poco su seriedad a través del ritmo. Pero, repitió, la rima le permite sobre todo penetrar en lo irracional, hacer callar al pensamiento y, con ello, hallar, re-descubrir, las palabras poéticas dentro del lenguaje: la poesía como algo encontrado, no creado.

Me gustaría proponer otros puntos de partida para la lectura de Houellebecq como su relación con el cuerpo, su mala relación con el deseo, su parentesco con Pessoa o su pendular actitud frente al amor: como salvación o farsa. Pero como el espacio es corto quisiera sobre todo posicionarlo como un heredero de los románticos, cosa que afirma en varios de sus poemas. Eso sí, un romántico muy particular: sin bucolismo – ya leímos su idea sobre las golondrinas, que es apenas un síntoma de su parecer sobre la naturaleza en general. Más bien, yo diría,  un romántico con los ojos que permitieron a Sartre escribir La náusea; un tataranieto de Schopenhauer preso en una sociedad liberal y en una época[i]de la que continuamente desdice, pero en la que muy a su pesar – o no – se ha convertido en una suerte de ícono. Y no podría ser para menos, porque, de muchos modos, también la encarna. 





[i] “Nosotros rechazamos la ideología liberal porque ésta es incapaz de proporcionar un sentido, una vía para la reconciliación del individuo con su semejante en el seno de una comunidad que pueda ser calificada de humana”(80, 2012)

miércoles, septiembre 19, 2012

Conversando con Kael, con Michel



¿Te acuerdas cuando me acompañabas
en aquel sitio, donde iba a esconderme?
¿Lo que hablábamos, cuánto hablábamos, lejos de todos,
cerca de la grama y las hormigas
- y en medio de la ciudad universitaria-
fuera de foco, 
justo abajo del marco de una ventana?

Te dije,
la vida, no sé, Kael,
es levantarse, hacer la comida
despertar a los niños,
ponerles la ropa
todo en tupperwares metido en bolsos
bocas abiertas, cepillos de dientes
autobús, dinero, pago
-se abrieron los potes y chorrea la comida-
buscar sitio entre la arena,
la toalla, el bronceador, las peleas
- el niño tragó agua, la nena desespera-
para luego deshacer todo lo que nunca fue hecho
y decir,
 fuimos hoy a la playa

No hay que preguntarse
¿la pasamos bien?
porque no estuvimos tanto en la playa
sino en esa serie de pasos
que la vida, 
como una oficina estatal 
nos obliga a cumplimentar

Me desanimaba la narrativa de las cosas
- pedía el instante leve, la epifanía-

Entonces lo leí en Houellebecq
- él le pone otro nombre, y de paso en francés-
"chaîne causale"
esta cadena de la que he venido hablando.

Hoy iré a verlo
-al Houellebecq- 
y como en una seguidilla
debo antes buscar mi cédula, 
-me parece que la he perdido-
comprar un paraguas
-el día está lluvioso- 
subir en metro, bajar a pie
encontrarme con el jefe, el de antes, con la otra con aquél
y pedirle al Michel un instante leve
(desencadenad-me).

Suerte que ya no pienso como entonces. 
Hace pocos años que no tengo que esconderme,
(en la otra universidad mi escondite era alto y solitario,
ya no estabas tú)
y disfruto de la crónica antojada del día a día
porque basta abrir los ojos para ver
que algo nos espera para sorprendernos

Como en el último viaje a la playa
que justo cuando te dejo de querer
vuelvo a quererte cuando
pumba
vas y te desmayas.