jueves, julio 23, 2009

recuerdos vecinos

Pensé en escapar antes de despegar. Sentí mucho miedo, como hace tiempo no sentía en un avión. Me podía levantar, decir que no volaría, que había recibido una noticia, o cualquier cosa, y bajarme con mi maleta de mano. Pero me quedé y estoy en el aire escribiendo esto. El cielo me dijo que me llevaría con cariño a Porto y me dio fuerzas para contar.

(Quería escribir sobre los despegues, sobre ese momento de iniciación compartido, donde todos nos quedamos callados, miramos para los lados, ignoramos las normas de seguridad e imaginamos cómo se acomoda y eleva la máquina que nos transporta, contra todo pronóstico, a metros y metros del piso. Pero me vinieron unas palabras de Isidora y ahí me fui)

la señora carmen vivía en el piso de abajo, cuidaba a gustavo y a mariana, mi madre la quería mucho. olía a anís y tenía un altar en el cuarto, donde estaba un san martín de porras que luego heredé. Le dio cáncer de pulmón y mi madre decía que nunca había fumado. Le gustaba jugar Bingo y una vez le hicieron una piñata con la forma de un cartón, se la partimos en la casa y salieron juguetes, pero también modes y cosas que no entendía qué eran. No recuerdo ni una de sus palabras, pero sé que se molestaba con mariana y gustavo a ratos y les lanzaba una chola desde donde estaba acostada. Me acuerdo de ese objeto volador.

La última vez que la vi estaba sentada en la cama, sin fuerzas para levantar la cabeza. quizá alguien me lo dijo, no estoy segura, pero supe que sería la última vez que la vería. Se llevaban a esa abuelita de mariana que no era realmente su abuelita. Una señora negra de pelo blanco, chicha, como la espuma que se le sale a veces a las lavadoras. Le di un beso en la mejilla, que era como besar un cuero de gallina, suave, delgado y frío, y pasé asomándome por el marco de la puerta una y otra vez para guardar su imagen.

la abuela de mariana y gustavo era la señora Isidora. Isidora tenía una casa en guacara, llena de matas de mango, con una piscinita inflable. Íbamos como si fuéramos parte de la familia León Ramos, todos mis hermanos con todos esos primos no-verdaderos. Como eso también me tocó chiquita tengo pocas marcas en mi cabeza. me queda una imagen de estar en un sitio alto, me parece que es el techo, viendo a los que se bañaban en las poncheras, que eran versiones aún más reducidas donde empozarse contra el calor. También me acuerdo de las noches en que los papás se quedaban afuera y nos mandaban a dormir, sin poder dormir por el ruido, recluidos en unas literas calientes. La voz de mi mamá en las noches. La siempre voz de mi mamá, jugando cartas, riéndose, y yo queriendo salir.

Isidora se la pasaba viajando por toda Venezuela , viendo novelas y curando a gente. Era como la curandera de guacara, y casi todos sus remedios tenían aloe vera. Para el acné, para la gripe, para el asma. Los vecinos iban donde Isidora y ella iba agarrando maticas por todos lados. De ella me acuerdo mucho más. Incluso una vez con Yesika y Mariana nos quedamos encerradas en el ascensor por un par de horas y ella no perdió la calma. jugamos esas dos horas seguidas y luego nos sacaron casi alzadas por el huequito que se abrió a lo alto, suelo con puerta.

Qué fue lo que me dijo Isidora? También desahuciada, acostada en el mismo cuarto, padeciendo algo en las piernas que le impedía caminar, mi madre y yo la visitamos una tarde. Nos dijo que había pasado toda su vida viendo novelas. Viendo las historias de grandes amores, de encuentros predestinados, de finales felices. La vida completa contada en historia de amor, pero ella nunca había sentido ese amor. No así, con ese vértigo que ahí mostraban. O quizá sí, dice; una vez, muy jovencita, pero nada se pudo porque era negra. Había un muchachito de la cuadra, blanco, con quien se había encontrado alguna vez y al parecer habían compartido esa sensación. Era tan joven, que no sabe si era eso, pero cree que fue lo más cercano. Él la buscó pero la familia se lo prohibió. No podía dejarse ver con esa negra del pueblo. Más tarde la casaron con el que sería el padre de sus hijos y ella rezaba que se durmiera de borracho para no juntarse. Una vez que tuvo a juana y a Alfredo, el señor murió y ya nunca más alguien la detuvo. Solo la enfermedad esa al final.

mi madre en algún otro momento me dijo que la verdadera abuela de mariana era carmen. que era ella quien había criado realmente a alfredo, el papá de mariana. alfredo sí se casó con una blanca, Betsy, de ojos claros. Tuvieron a mariana y a gustavo Un día a Alfredo le dio un dolor de cabeza y tenía una pelota inmensa dentro. Mi papá no podía creer lo que veía en las radiografías. Le abrieron la cabeza y le sacaron eso y a Betsy. A los pocos meses la dejó, luego de por lo menos 25 años juntos. Betsy no comió bien por tres años. Mami, no importa ser gordita, le decía yo a la mía. Mira a la pobre betsy, adelgazando de dolor.

La otra hija de Isidora, juana, era profesora de matemáticas y tuvo dos hijos, duglas y carolina. Duglas me decía “ana lucia caraota fría”. Se volvió evangélico y se casó en Guarenas. Fue la ultima vez que lo vi, yo no tendría más de 8. Carolina se enamoró de un marcos. A mariana y a mí nos llevaban de paseo donde la tia juana y recuerdo cómo juana llamaba y llamaba a carolina para que se devolviera. Se había ido con marcos esa noche y le dio por no volver a la casa. Llegaron entonces duneska, dubraska y dubreisi. Duneska fue criada por la tia juana, que en las reuniones bailaba más que olga tañon. Tenía su show montado de juana la cubana con rayador de queso y faldita corta.

Juana fue a la casa un día a contarle a mi madre que se había podido comprar su carrito nuevo. La recuerdo en la pared marrón de la cocina, apoyada, hablando de un dolor que tenía en el estomago, a un lado. Una pelota inmensa. Y del miedo. A juana la ingresaron y de ahí no la vi más. mi madre fue a visitarla un par de veces y recuerda el miedo persistente que tenia. Juanita no vivió mucho tiempo después de la operación para sacarle ese tumor. Duneska quedó sin mamá, aunque carolina se encargó de ella.

No sé cómo este escrito terminó en algo tan triste. Es por eso de la narrativa. Sobre todo cuando alguien se nos muere, tenemos su cuento cerrado, con final y esas cosas. Creemos que lo poseemos, que conocimos su vida, pero sabemos es estos datos. Lo demás, eso que podemos imaginar y sentir, está en otro lado, se lo llevaron ellos o lo dejaron dentro de uno. Un pedazo y un pedazo. Como los yanomamis, que queman a sus muertos y las cenizas las mezclan con una bebida que toda la comunidad bebe. Así sigue entre ellos, con ellos, en ellos. Siendo ellos.

Ahora ya estoy en porto, sana y salva, pero el aterrizaje parecía querer probar mi intuición de la subida. El avión iba bajando bajando bajando, entre lluvia y ventolera, cuando comenzó a subir. De 400 pies pasamos de nuevo a 1200. Lo sé porque el catalán que tenia al lado iba con un aparato que daba ese dato. Todos nos quedamos callados, sintiendo la turbulencia. Yo no sé pero ahí ya tenía menos miedo. Había hecho un pacto con mi superstición “una vez que se apaguen la luz de no usar el cinturón, se acaba el peligro y mi miedo” y de eso hacia una hora y media. Las turbulencias, la lluvia y el viento no sería nada. Pero aplaudí con todos al llegar. La tempestad de porto no era nada normal y el pilotico lo hizo bien. Porto y sus cosas, sus bienvenidas. le encanta pelearse conmigo.

lunes, julio 13, 2009

Desempolvando los discos duros ajenos


Mario me envió un mail lindísimo lleno de escritos y fotos que tenía en la memoria de su computadora. También ahí había un pedazo de mí que se ha mezclado con las ocurrencias de Mario, quedando entretejidos en una historia común. De hecho, anoche cuando me faltaba una palabra que había usado en mi tésis, recurrí a él, que lo buscó en su libro Memorias de mis pasillos ajenos. Ahí, como dice el título, recoge memorias ajenas de quienes nos cruzamos en La Escuela de Letras y su único pasillo, que además comparte con Filosofía. Y me consiguió la palabra. En el capítulo de su novela en el que aparezco, Mario rememora esa palabra que me dijo mi padre y que es en el fondo una bonita metáfora: engrama, las cicatrices que se harían en el cerebro cuando guardamos un recuerdo. Pues bien, Mario tiene documentos míos en su computadora, cicatrices compartidas, además de documentos de "59 personitas más" me dijo. -59???!!- pues sí, Mario, no sé cómo, pero es capaz de tener 59 carpetas diferentes para las personas importantes en su vida. Como ven el número no es corto: creo que Mario en algún punto se dio a la tarea de hacer amigos. Y como que le fue muy bien. Es que da mucho gusto y risa oirlo narrar, por ejemplo, la manera en que se enteró de la muerte de MJ:

"Iba en la camionetica para mi casa, oyendo a un chamo que hablaba con su mamá de que debía dejar el cigarro. En eso grita "qué? que se murió Michael Jackson. Bueno, eso le pasa por ir en contra de la naturaleza".

Lo que iba a desempolvar es un cuentico mío que tenia por ahi él y esa foto :) de Margarita 2006


Por segunda vez


Cuando lo encontré, el tipo yacía boca abajo. En la boca tenía tierra, los zapatos chorreaban un líquido. Pensé “es su sangre”, mas no. Miré hacia arriba, buscando el techo de donde se había lanzado: podía ser cualquiera. Escogí el edificio verde desde donde podía ver las montañas lejanas. No dejo de ver el suelo lleno de las cenizas de su boca. El polvo de todos los muertos saltó conmigo, se internaron en mí convirtiéndose en uno. Estábamos cansados de ser espacio, de ser tiempo convertido en número, de ser momento detenido en fotografía. Ya son las 5 de la tarde, los otros forenses no llegan, la cámara se me quedó. Debo delinear la forma del joven; no sé si dejar dentro del dibujo las cenizas esparcidas. Yo salté hacia dentro, no hay afuera, tú saltaste conmigo. No me pregunto la razón de su salto, interrogo más bien nuestro empeño en seguir sujetos al piso. La tortuga guardada en mi interior se convirtió en gaviota, en dromedario, en pez, en caparazón, en cenizas, en suelo profundo. Pienso en el sueño de anoche, parece una premonición: en el desierto me esperaba un mar de polvo, de donde salían todos los muertos a quienes he tratado. Todos se juntaron, la masa de cenizas se convertía en una gaviota buscando caer, sin peso, al suelo. Yo soy el animal, quien te ha llevado en sus hombros, en mi salto recogí tu peso más el de todos: no era nada, no pesan, no hay afuera. Odio cuando las cosas se llenan de significados. El líquido viene de mis zapatos, “es mi sangre”, me digo. No pienso ir al trabajo: voy a subir al edificio verde, para poder ver las montañas. No quiero decir montaña, quiero verla. Voy a saltar. Quizá hoy me visito convertido en suelo, en línea vertical, en salto hacia el piso.

jueves, julio 02, 2009

Cuando sea viejo quiero ser verde

Léase en la nota que colorea este escrito lo siguiente: "Incluso con 81 años es un placer ver tanta pierna bonita al aire". Una nota dejada a mi amiga Stefani por un señor de, probablemente, esa edad. Tomaba un café, raramente temprano, con Meghie, la brasilera del swing, mientras dejaba desprevenida a sus piernas, de costumbres ciclistas portuenses, escapar por la raja de su falda.

Como "noticia del día" bautizó su encuentro con este viejito portugués atrevido que le pidió permiso para dejar ese papel en su mesa. Acto que Stefanie calificó de impensable en cualquier hombre de esa -o de cualquier- edad en su país de origen, Austria. "Pero yo nací en el sitio equivocado" concluye, soñando con paisajes de palmeras y puestas de sol en playas donde todos apasionadamente dicen lo que piensan y lanzan besos a quien ven pasar.

Imposible no pensar que fue un gesto bonito, verdad? y dejarlo por escrito, con elegancia en la letra. Me hace pensar a un profesor de la escuela, que hablaba de la diferencia entre Eliot y Yeats tomando como ejemplo un poema de éste último que trataba de una chica jóven y bonita en un aeropuerto. Eliot no le interesaría hacer un poema sobre ninguna, ni sobre ningún cuerpo, o quizá sí, pero del otro lado de lo carnal; el de la tierra baldía, la esterilidad, o el que nos espera tendido en una cama de hospital en la canción de amor de Alfred Prufrock.