Las fiestas en la casa de Bruno Viola tenían siempre muchas tortas y pasapalos, música bien alta, una buena comida tipo feijoada o parrilla y mucho, mucho, refresco. Pero nosotros, los muchachos de la Calle Fernao Mendes Pinto, lo que nos gustaba eran las primas de Bruno. Bruno Viola tenía unas primas muy bonitas.
Una tenía el cabello así bien liso y rubio, venía del Bairro Azul con una falda bien corta que todo el mundo quería bailar slow con ella. Primero era Bruno quien, aunque era su primo, siempre le gustaba bailar apretado con sus primas. Me recuerdo clarito: el cabello de ella olía a un acondicionador de aguacate, y uno en medio del baile casi que se quedaba en las nubes. Ese olor se mezclaba con el perfume, que era el mismo que mi mamá usaba. La camisa era negra y blanca de rayas con un osito justo encima del pecho izquierdo. La falda era de jean azul pre-lavado, que en esa época estaba de moda. Bruno ya había bailado con ella, Tibás también. Era mi turno y ellos quedaron llenos de envidia porque pusieron aquella canción de Eros Ramazzotti que duraba once minutos.
Mi nariz se perdía entre el cuello sudado de ella y su cabello rubio, largo. A veces es sólo así, uno agarra ese slow bien largo que dá tiempo para hablar burda con la dama. Todos me miraban en mi suerte demorada, hasta las piernas ya me dolían del cansancio de estar bailando tan despacito con la prima del Bairro Azul.
Otras primas también estaban en la fiesta: Felipa, que era de nuestra edad; Eunice mulata linda que había venido de Sumbe; y Lara, que era un poco más vieja, ya tenía los pechos grandes como las mujeres adultas, también ya se ponía perfume de más-vieja, y era una moza que había viajado mucho, creo yo, porque estaba todo el tiempo hablando de París. Entonces fue eso: mientras yo bailaba la canción de Eros Ramazzotti, Lara me miró de una manera bien extraña. Yo cerré los ojos, le di un beso disfrazado en el cuello a la prima de Bruno. Un sabor salado me quedó en la boca y me gustó.
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