Está lloviendo en mi ventana, la ventana por donde me asomé durante veinte años. La neblina ha ocultado la montaña y las personas se esconden en el centro comercial, en sus carros, pero no en sus paraguas. No hay paraguas que aguante tanta agua, parecen pensar.
Anoche llegué tras un vuelo tranquilo, muy tranquilo. Dormí un poco en el aire y al despertar sentí por segundos el vértigo de estar a tantos kilómetros sobre el mar: como un colgado que aún patalea, ahorcado por una hebra de cabello. Pensé luego que así iba el avión, elevado y mantenido en ese sitio, autopista transparente, por un pequeño hilo, una hebra de cabello.
Al llegar a casa lo vi todo tan hermoso, todo tan parecido, que el dolor de cabeza pareció aumentar. Decidí dormirme pronto, apagar la luz a un cuarto lleno de libros, de cartas, de regalos, de recuerdos, de sentimientos sostenidos por hebras que me cosen en el esternón.
Poco a poco hoy les he dado la mano, nos hemos ido reencontrando con lentitud y destreza.
2 comentarios:
Me gusta mucho Anita, lograste describir una sensación que he llegado a sentir muy parecida, cuando llego a casa...
Bueno llegaste, empieza a editar. Yo que tu me lo busco a Arturo Gutierrez Plaza, tanta lluvia, tanta lluvia, el se la banca sin paraguas, y tu también. Libros para leer bajo la lluvia.
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