Podría parecer menos moralista ver la enfermedad como expresión del yo que como castigo adecuado al carácter moral objetivo del paciente. Pero este punto de vista, en definitiva, resulta tan moralista y punitivo como, si no más que, el otro. Con las enfermedades modernas se empieza siempre por la idea romántica de que son expresión del carácter y se termina afirmando que el carácter es lo que las causa, a falta de otra manera de expresarse.(...)
Una
enfermedad «física» se vuelve en cierto modo menos real —pero en cambio más
interesante— si se la puede considerar «mental». El pensamiento moderno tiende
a ampliar cada vez más la categoría de las enfermedades mentales. De hecho, la negación
de la muerte, típica de nuestra cultura, nace en parte de la vasta ampliación
de la categoría de la enfermedad misma. A
esta última se le hace ganar terreno mediante dos hipótesis. La primera es que
cualquier forma de desviación social puede ser considerada como una patología.
Así, si un comportamiento criminal puede ser visto como una enfermedad, no se
debe condenar ni castigar a un criminal sino comprenderlo (como comprende un
médico), tratarlo, curarlo.
La segunda
es que toda patología puede ser enfocada psicológicamente. Una enfermedad es
así un hecho básicamente psicológico, y a la gente se le hace creer que se enferma
porque (subconscientemente) eso es lo que quiere; que puede curarse con sólo
movilizar su fuerza de voluntad, y que puede optar por no morir a causa de su
enfermedad. Las dos hipótesis se
complementan. Mientras que la primera pareciera aliviar el sentimiento de
culpa, la segunda lo reafirma. Las teorías psicológicas de la enfermedad son
maneras poderosísimas de culpabilizar al paciente. A quien se le explica que,
sin quererlo, ha causado su propia enfermedad, se le está haciendo sentir
también que bien merecido lo tiene.
(La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag)