el paño tejido sobre la mesa, en casa de Cristina. Rosas, tejido que une las rosas. Tal vez haya sido esto, tejer, lo que yo haya deseado primero. En su lugar, comencé a escribir. Presiento que, de nuevo, habrá un momento en que preferiré haber traçado esta textura, a haberme comprometido con la escritura.
Por qué no lo hice?
Por qué me comprometí justamente con esta escritura? Cuándo dejé de escribir historias, para hilvanar los pasos del Ser sutil en sus vidas? Cuando me di cuenta que sólo en la proximidad de ese lugar, siguiendo el camino de ese paso, la vida podría alcanzar las fuentes de la Alegria? En qué momento supe que sólo creando reales-no-existentes, como Augusto les llama, abriríamos el acceso a esas fuentes?
Quedo perpleja al ver que, fuera del texto, esos reales son evanescentes. Y que si los perdieramos, quedaríamos reducidos al caos, sin cartografía.
Como el mundo aparece en estados de lenguaje....
Como estos fueron surgiendo en formas haciendose...
Como se puede volver allá, haciendo o deshaciendo...
Debo concluir que nací, a imagen de todas las mujeres, para tejer? La otra, la de Ariana La de los hilos de oro que Ana de Peñalosa teje, escribiendo, para que no se pierda el sentido perdido de la batalla? y la larga ausencia de sus hijos no sea exílio sino «partieron a descubrir?»
Conversaba con Cristina que me decía, pero yo sólo esto escuché
el ciclo del Renacimiento no está concluido;
aún hay tiempo, para volver a su comienzo, a reescribirle un nuevo sentido.
Había en ella una certeza tal, que me sentí más a
gusto,
desviando mi mirada de
la de ella
para la mesa
cubierta con el tejido.
Maria Gabriela Llansol (Finita)
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