lunes, julio 30, 2012

Algunos comentarios sobre El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez


Vamos de afuera para adentro
1. Sobre los nombres:

Del autor 

¿A qué edad mi mamá podía tener un primer hijo?, es decir, ¿desde qué edad? Juan Gabriel Vásquez, autor de El ruido de las cosas al caer, nació en  1973: podría ser hijo de mi mamá, un hijo de una madre primeriza muy joven. Una madre primeriza muy joven puede ponerle a su hijo el nombre de un cantante a quien admira pero, ¿qué tan famoso era Juan Gabriel en el 73? Según leo, apenas tenía un disco, muy exitoso por la canción “No tengo dinero”. 
No creo que una madre primeriza muy joven quisiera que su hijo llevara el nombre de un cantante, recientemente famoso por su falta de dinero.

 La coincidencia, supongo, es apenas eso y si sirve de algo es para imaginar al niño sensible e inteligente que debió haber sido Juan Gabriel Vásquez siendo molestado por esta coexistencia. 

(Me hace, sin embargo, pensar en otros homónimos, como Roberto Bolaño y Chespirito. Ahora es muy improbable que al oír su nombre piense en el mexicano, pues un nombre ha eclipsado el otro nombre. Probablemente lo mismo pasará con este Juan) 

Del libro

El ruido de las cosas al caer es un nombre, además de bello y atinado, insinuante. Parece hecho para la poesía, pues aunque refiera a un fenómeno plenamente físico (sonido y fuerza de gravedad) alude a la totalidad: las cosas.  Abre de golpe la persiana de la existencia y se nos presentan a la vista todo lo que conocemos y lo que desconocemos, con su forma y necesariamente, con su peso, pues es imprescindible que pesen para que puedan caer (qué hermoso, ¿no?, esta ley única que nos mantiene caídos). 
Pero esta aglomeración del todo es para  aludir a un algo único y común  que habría en todas ellas, en todas las cosas: el ruido. No "un" ruido, sino, El ruido.

  Y es un sonido (un ruido) distinto al muy conocido golpe, al onomatopéyico crash: el que hacen las cosas antes de tocar suelo, mientras van cayendo.  Y por ser este ruido en el fondo una falta de él, un ruido que no tiene nombre ni se ha pensado, lo que hace del título un golpe de curiosidad (¿se habla ahí de ese ruido?) pero también a situarnos en esa poderosa zona de lo que no tiene un nombre, un sonido o una forma: en lo que va a ser.


2. De la novela:

Dentro de su género:

Se trata de una novela ejemplar: un ejercicio de narrativa más bien clásico, donde un narrador en primera persona, en un presente anclado en 2009, rememora un hecho que ocurrió (que le ocurrió, al narrador-protagonista y a un conocido, Laverde) diez años atrás. Y lo rememora  a partir de un hecho específico: la noticia real que daba cuenta de la captura y caza de los hipopótamos que una vez  vivieron en el zoológico de Pablo Escobar. Con la descripción de estos animales se inicia la novela  de un modo garciamarqueano que me sorprendió, pues parte del ars poética de Vásquez ha sido alejarse de dicho modo de entender el mundo latinoamericano. Pero la escena realista-mágica (que no lo es) da paso a la historia más prosaica y enlaza al protagonista con un hombre: Ricardo Laverde. 

El personaje principal está obsesionado con descubrir más de la vida de Ricardo Laverde, y es esta curiosidad el móvil de la obra. Creo que esta obsesión, que en algún punto podría parecer excesiva,  queda justificada en voz del narrador con la siguiente frase: “La experiencia, eso que llamamos experiencia, no es el inventario de nuestros dolores, sino la simpatía aprendida de los dolores ajenos” (2012: 85). Y aunque no estoy segura de si eso es o no la experiencia, es una propuesta interesante para repensar la compasión, el vivir con el otro e incluso la lectura (¿no estamos también experimentando con los personajes sus dolores?)  y es en definitiva el punto de partida de este personaje,  lo que le da el peso y justifica su propia caída en esa dirección.

Aunque ocurren varios saltos temporales (un recuerdo lleva a otro recuerdo,  un pasado a un pasado de ese pasado, vamos de Ricardo Laverde a su madre, a su padre, a su abuelo) la maestría de su hilado no nos obliga a releer: todo sucede naturalmente, fluidamente. Y es en esta naturalidad (que es ficción, que es artificio) donde Vásquez se nos revela como un gran escritor, y puntualmente, como un maestro de la novela. Sin experimentalismos, Vásquez retoma la clásica forma de hacer narrativa (un personaje nos cuenta algo que pasó, que le pasó, que recordó) no por ello carente de complejidad y  ni profundidad, pero alejado de esos muchos intentos de sorprender que los escritores modernos nos tienen acostumbrados. La voz narrativa no supera los hechos (como podría pasar con otros escritores contemporáneos, que se regodean tanto con su voz narrativa - generalmente narrador protagonista - que supeditan su punto de vista a la acción, hechos y demás personajes ) sino que todos, personajes, historia y narrador tienen un espacio adecuado y justo. 

No hay comentarios.: