no recuerdo muy bien el nombre que dijo cuando nos presentamos, querido señor que estaba en la biblioteca, sólo sé que dijo un apellido. Le escribo porque me dejó con una felicísima sensación. Como de haber conseguido un abuelo perdido, o un peluche que te robó una prima hace años, o el fósil de una lagartija-mascota, dormido en la caja de la infancia. Lástima que sólo se atrevió a hablarle a mi amiga cuando ya nos íbamos, porque a mí me estaba gustando muchísimo lo que nos contaba, sobre todo, la manera en que lo hacía. Yo no tenía tanta hambre, podía haber cenado a las 8 y oirle todos los cuentos finales que tenía. Es muy finisimo hablar de libros, lo sé, y supongo que luego de leer durante 5 eras geológicas será más dificil callarse.
Voy a buscar el libro de José Cardoso Pires que me recomendó y también el que usted estaba leyendo en alemán, para que cuando nos volvamos a encontrar se de cuenta que lo tomé en serísimo y podamos seguir hablando como buenos amigos. Le puedo presentar a S. para que le ayude con el alemán y algún día, quizá, me deje tomarle unas fotos. Le confieso que casi lo hago, incluso acerqué el bolso para sacar la cámara, mientras lo veía subrayando y recortando comics (y me moría de ganas de saber por qué hacía eso), pero me frené. No quería que ese gesto tomara un significado que no pudiera enmendar. Mas bien, un día nos tomaremos una foto de los dos, de pie uno al lado del otro, en los jardines del palacio de cristal, sonriendo hacia la cámara, con un árbol grande y florido a nuestras espaldas. Saldrá un poco a contraluz, pero la guardaré como a una estrella-de-mar. Usted tendrá unos pantalones de tela marrones y yo sostendré en la mano uno de esos pitillitos de hierba que tienen en la punta pelusa desprendible. De los blanquitos, parecidos a mini pompones.
La verdad es que yo ya lo había visto, más de una vez, en la biblioteca, pero siempre sentado en el último piso, acompañado por todos sus tics y su respiración sonora. Desde entonces llevaba conmigo la pregunta que por fin le hice. No creí que me hablara, me senté en su misma mesa solamente para compartir el espacio con el viejito-casi-ser-mitológico. Es que usted parece haber sostenido con la frente la torre de granito durante siglos, o haber segado sus arrugas copiando las líneas del metro de Madrid. Mi amiga me dijo en la cantina"pensé que no tenía dientes", y pues, yo también lo había pensado. Pero sí que nos los mostró varias veces, grandes y amables, sobresaliendo en nuestra futura foto. En fin, que escribo todo esto para reiterarme la esperanza de encontrarlo una próxima vez.
Com os melhores cumprimentos,
Ana Lucía, a menina da Venezuela.
Pd: Sim, o Rómulo Gallegos é venezuelano. Borges, infelizmente, não. É argentino
2 comentarios:
Que bella carta Ana...
Gracias por tus letras, menina. Quizás vuelva a escribir.
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