Hace 20 años me llevaron, en el carro de Alfredo León, a la clínica de San Román. Al menos creo que me dijeron eso luego. En mi recuerdo era un sitio mucho más lejos de casa. Así que narraré mi recuerdo, sin los datos exactos, pues los datos son posteriores.
Recuerdo estar sentada en la parte de atrás de la Samurai con mi mamá y estar viendo el reloj. Como otras veces, me habían despertado muy temprano, sin desayuno, para una de esas pruebas incómodas que me hacían. Me dijeron que sería dormida, como la última vez, así que yo no puse resistencia. La prueba anterior había pataleado, pateado, mordido a todos los enfermeros y enfermeras, pues no les creía cuando decían que no me iba a doler. Esta vez no hubo uso de ninguna fuerza. La enfermera me cargó, me acostó en una camilla y me puso uno de esos sombreritos verdes de papel. Luego ella y otras más se agolparon a mi alrededor y me sacaban mechitas de cabello en la frente, me decían cosas lindas y me hacían sentir bien. Me preguntaban la edad y les decía que el día siguiente cumpliría 6. Estaba muy contenta de cumplir años y no sentía miedo, sólo quería que la parte de la anestesia pasara rápido, pues no olía nada bien: a pasta de dientes Pepsodent, la de rayitas verdes. (iuck). De seguro no le daba ese nombre, le daría cualquiera, como la parte en que me dormían, en fin, en que me ponían esa máscara en nariz y boca.
Acostada boca arriba, recuerdo ver las luces del quirófano y dormirme sin opción. Respira fuerte, me decía uno de los doctores, y yo que lo hacía con asco por el sabor aquel. Entonces entraba a un sueño, a un adentro leve, cercano a lo que estaba sucediendo, pues podía seguir oyendo la conversación de los médicos; oía sin duda a Pieretti, quien me iba a curar (como decía mi mami) y a quien le dibujaba corazones encima de las dos ies.
Yo sabía que estaba durmiendo para que ellos me pudieran curar, sabía que había una luz afuera y muchos médicos y que yo me mantenía adentro. En mi sueño el adentro se estrechaba, estar adentro tan adentro se convertía en una burbuja, y el escenario negro engrandecía. La burbuja, como un globo, me aislaba de todo, de sonidos, de tiempos. Pero la conciencia de la luz y de las voces continuaba. Yo sabía que tenía que salir de la burbuja antes de que ellos me despertaran, sabía que si no lo había logrado, no me despertaría. (La constante y rara certeza de la muerte de una niña de 5 años, que el día siguiente haría 6. )
Me desesperaba pero los gritos dentro de la burbuja se quedaban ahí, ella impedía que el sonido saliera, que mi mano saliera, que yo me saliera.
Los médicos me despertaron y yo crei que me había muerto. No había logrado escapar. Pero entre las caras veo a la de mi papá, que había pasado al quirófano. Entonces le pregunté y me dijo que no, que no estaba muerta.
Es raro tener el recuerdo de ese sueño. También lo he contado tantas veces que quién sabe qué se le ha sumado y qué se la ha restado. Pero bueno, cumple 20 años, y estuvo en ese paso entre los 5 y los 6, paso que una vez más vuelvo a dar. La cosa es que Pieretti sí me curó, que mis papás quedaron por fin tranquilos y que el 22 de junio, con un cansancio que me impedía hablar, abría los ojos en el cuarto y, además de no entender por qué me sentía tan pésimo (pues de los otros "exámenes" nunca había salido tan malograda) veía montes de juguetes y a Michel, mi mejor amiga de entonces, jugando con ellos.
Recuerdo una muñequita negra de cartón que traía muchos vestidos de papel para cambiarle; recuerdo al Mister Bello, un bebé de plástico que traía además de los pañales un corbatín y un sombrero (como un mini streaper) y una cesta de flores con un peluche de Alf. También recuerdo la reunión entre juguetes nuevos y viejos, pues una semana después, cuando llegué a casa, me esperaron todos en la sala, sentados uno al lado de los otros en el sofá.
1 comentario:
Buen cuento! (cometario bastante lejano a la versión no modarada del mismo)
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