En wikipedia dicen que viene o de Junio Bruto, o de juventud, o de Juno.
Juno es lo que para los griegos era Hera, que es una diosa con una vida ladillsima, persiguiéndo al marido monta-cachos, (que de paso es su hermano), y mortificándose por la cantidad de hijos que el calentón va dejando por ahí. Juno se divierte al menos con sus venganzas, pero cómo debe sufrirlas.
Prefiero a Juno la chica embarazada, que también parece hermana del padre de su hijo, el chamin al que le permite conocer su cuerpo como si le ayudara condescendientemente en su crecimiento interior, pero de quien luego se enamora con una dulzura proporcional al tamaño de su panza.
La juventud sí me gusta, aunque de niña la odiaba, o algo parecido. Tengo un recuerdo clarito de estar haciéndole mala cara a unos jovencitos en una fila del automercado. Los adultos no me importaban, ni los otros niños, pero esos jovenzuelos quien sabe por qué me desagradarían. Sin embargo recuerdo también la alegría con que entré, por ahí a los 13 años, a la juventud, con mi camisa corta negra, los pantalones acampanados negros y un rosario que me colgaba de la cintura, en señal de mi unicidad demarcada: no en el cuello, sino por el ombligo.
Junio llega con calor riquísimo, con mucho por hacer, con mucho por planear para ver si puedo terminar todos mis deberes en septiembre, pero sobre todo llega para anunciarme que voy a cumplir un año más, que estoy viva, que tengo muchas cosas lindas y que puedo conseguir, si me esfuerzo, en tener muchas más.
Para cerrar en este espíritu egocéntrico y egoacentuador (el junio pasado fue tan triste que necesito chupar, exprimir, soplar para los pulmones, pa dentro, todo lo que pueda de felicidad) cantaré una de las canciones que mis primas sifrinas solían cantar cuando yo era niña y ellas comenzaban a ser jóvenes:
Qué linda soy, qué bonita soy, cómo me quiero, ahhh ahhh
sin mi me muero, ahhh ahhh
jamás me podré olvidar, pam pam!
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